Atolondrado por los automóviles,
mis ojos encallan en el neón
saboreo mis dosis de cinismo en los
mostradores húmedos de vacío.
Los maricones hostigan mi cuerpo con
miradas sórdidas. Cada mirada hiere
hondo y crea costras que se
endurecen: hasta que la noche acabe
esas miradas superpuestas me volverán
inmune. Avenida San Luis y sus ángeles
torvos, supermerkateng de pupilas
frenéticas, bajo los árboles el poder
acaricia y entumece vergas
lánguidas.
Hay por los cuerpos en fila una náusea
imprecisa, veo una sinfonía de
escupitajos y aprendo acordes
sombríos con los cuales debo ornar
mis piernas metidas en un
blue jean rasgado.
Mi camarada más al frente
negocia su boca de estatua griega
perfumada por cognac y acres vaharadas
con un pederasta untuoso que pilotea
una reluciente máquina.
Hemos venido del suburbio en una
progresión eufórica, bebemos varias
cañas y nuestros corazones
acosados por los medios prefieren la
autocorrosión, pero es así que la
ciudad nos gusta.
Yo veo empleados públicos
ligeramente maquillados.
Yo veo policías que me tullen los
pasos con amenazas de servicias.
Veo a las mariquitas dando giros
en un frenesí aceitado por
anfetaminas y una desesperación
disimulada.
Los maricones no las buscan, por
eso ellas exorcizan la noche
gritos y ven en los otros muchachos
un flash de inexistentes
limusinas.
Atolondrado por el sueño, embarco
ríspido en un auto.
Poco después, de madrugada, eyacularé
gargajos, volveré en el ómnibus con
mi amigo, penetraremos en
silencio el suburbio sabiendo que
algo en nosotros fue destrozado.
(Texto de F. O corpo, San Pablo, núm 6. 1984. Boletín gay de circulación restringida y aperiódica)
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